Nelson Rodrigues – Ángel pornográfico y profeta de las sombras

Escribir es pecar con estilo

Nelson Rodrigues fue el mayor pecador de la literatura brasileña y, quizá, su más ferviente confesor. Periodista, dramaturgo, cronista, escribió como quien sangra en una plaza pública. Nacido en Recife y criado en Río de Janeiro, vivió entre redacciones y tableros de ajedrez, siempre con un cigarro en la mano y un escándalo en la punta de la lengua. Su teatro fue una bofetada a la moral familiar, esa entidad sagrada que él llamaba, con ironía, “la institución más pornográfica que existe”.

Él inventó el teatro moderno en Brasil con Vestido de novia, en 1943, al mezclar alucinación, tiempo psicológico y deseo reprimido. Luego vino el rosario de las tragedias cariocas: Álbum de familia, Boca de ouro, Toda nudez será castigada, Bonitinha, pero ordinaria. Fue un cronista de la hipocresía. Sus personajes adúlteras, vírgenes suicidas, hijos que desean a sus madres y santos canallas no cabían en el Brasil correcto de la década de 1950. Y eso lo hacía aún más necesario.

En la prensa, creó al ángel pornográfico. Escribió sobre fútbol como si fuera una ópera italiana, sobre política como si fuera un burdel, y sobre el pueblo brasileño como quien ve belleza incluso en el barro. Fue reaccionario y revolucionario al mismo tiempo. Defendía la moral, pero revelaba los subterráneos más inmorales del alma.

Tuvo sus hijos, sus amores, sus pérdidas, un hermano asesinado, una hija muerta joven y un hijo preso político durante la dictadura. Su obsesión era el ser humano como escenario de contradicciones. Decía que toda unanimidad es estúpida, y quizá por eso fue tan odiado como amado.

Nelson Rodrigues fue un profeta de las sombras. Escribió tragedias griegas con acento de bar carioca. Expuso el Brasil escondido bajo la alfombra, sin piedad y sin censura. Y, aun así, o precisamente por eso,  fue un genio, un ángel pornográfico.

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