Donald Trump, un idiota que juega a ser poderoso
- Paulo Pereira de Araujo

- 22 de out.
- 2 min de leitura

Donald Trump es el retrato vivo de un imperio en decadencia que aún insiste en creerse Roma, pero Roma ya cayó, y él está allí, sentado entre las ruinas, vendiendo gorras rojas como quien vende indulgencias. De regreso a la Casa Blanca, ahora en su segundo mandato, Trump gobierna como si grabara la segunda temporada de una serie que nadie pidió, pero que todos miran con espanto.
El millonario de fachada, ególatra profesional y estrella de reality show sigue igual: hecho de bronceador artificial, eslóganes patrióticos y un ego tan inflamable como su retórica. El hombre que convirtió la política estadounidense en un circo de auto celebración reaparece más bronceado, más vengativo y aún menos presidencial, una especie de Nerón digital, tocando su trompeta en Truth Social mientras el imperio arde en tiempo real.
Ahora, con el Congreso dividido y medio país jurando que Dios le habla por podcast, Trump gobierna a base de insultos, resentimientos y teorías conspirativas recicladas. Sus discursos son una mezcla de teleprompter y psicodrama: habla de salvar la América, pero parece más interesado en salvar su propia biografía.
En cada conferencia repite el mismo estribillo:“nunca hubo nada igual”. Paradójicamente, tiene razón: nunca hubo un presidente que tratara la democracia como franquicia personal, ni un país tan dispuesto a pagar por verla arder.
El poeta de las redes sociales ha vuelto con su alfabeto de rabia. Sigue escribiendo en mayúsculas, ahora con el apoyo de algoritmos que lo tratan como profeta. Su política exterior se reduce a selfies y su economía, a lemas de campaña. Ha convertido a los Estados Unidos en una especie de Las Vegas teocrática: luces, ruido, promesas y un casino donde la ruleta gira sobre noticias falsas.
Dicen que será recordado como símbolo de una era. No estoy de acuerdo. Los símbolos son silenciosos y elegantes. Trump es una alarma de incendio que nadie puede apagar y para colmo, ahora es él quien sostiene el fósforo.
A veces pienso que el mundo entero se ha convertido en un casino político, donde cada pueblo apuesta contra su propio futuro. El regreso de Trump no sorprende: es sólo el reflejo grotesco de una época en la que la furia vale más que el argumento y la ignorancia tiene cuenta verificada. Tal vez el siglo XXI haya renunciado a ser nuevo y haya decidido repetir el pasado, sólo que esta vez con Wi-Fi.
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