El Autogol de Jango, el Crack Impedido de Jugar en el Equipo de la Democracia
- Paulo Pereira de Araujo

- 27 de nov.
- 4 min de leitura

El Autogol de Jango, el Crack Impedido de Jugar en el Equipo de la Democracia
Siempre digo que Brasil tiene un talento especial para marcar autogoles. A veces hasta sospecho que la Señora Soledá anda pitando nuestros partidos desde 1500. Y si hay un personaje que encarna ese destino torcido, es João Goulart, Jango. Un tipo que podría haber sido el gran armador de la democracia brasileña, pero terminó expulsado del campo antes de siquiera tocar la pelota como quería.
Jango nació en São Borja en 1919, criado entre ganado, cercas y esa placidez gaucha que engaña: detrás del mate había un político nato. Getúlio Vargas, siempre atento al mercado de cracks, vio en él un futuro número 10. Lo llevó al PTB - Partido Trabalhista do Brasil y, en 1953, lo puso en el Ministerio de Trabajo.
Allí, Jango demostró que no tenía miedo de atacar: propuso duplicar el salario mínimo. Fue como ponerle un sombrero a un defensor de la élite brasileña, el estadio se vino abajo. Cayó del cargo, pero salió ovacionado por las gradas obreras.
Luego, en 1956, fue elegido vicepresidente en la fórmula de Juscelino Kubitschek, manteniendo los sindicatos bajo su mando. Un mediocampista de toque refinado, admirado por los jugadores de base y odiado por los dirigentes de derecha. Hasta ahí, todo normal en el hábito brasileño de amar y detestar al crack al mismo tiempo.
Pero el partido cambió de verdad en 1961. Jânio Quadros, aquel técnico genial y descabellado, abandonó el equipo en el entretiempo, dejando a Brasil en modo “¿qué diablos está pasando?”. Jango, que estaba en misión internacional, debía asumir: eso es lo básico del reglamento.
La Jugada del Todo o Nada: las Reformas de Base
La presidencia de João Goulart no fue un amistoso de fin de año. Fue una final de Copa del Mundo en el campo minado de la Guerra Fría. El crack del laborismo asumió el mando en 1961 con el marcador ya adverso, tras la deserción chocante de Jânio Quadros.
Pero los generales y la UDN - União Democrática Nacional, gritaron fuera de juego. Para permitir su entrada, inventaron el parlamentarismo, un esquema táctico que le quitaba la camiseta número 10 y dejaba el vestuario en manos de un primer ministro. Jango asumió, pero maniobrado, como entrar al campo sin tacos.
Brasil, sin embargo, no acepta fácilmente la injusticia. El plebiscito de 1963 le devolvió la presidencia con un marcador aplastante. La multitud gritó: “¡Jango, ahora es tuyo!”. Y ahí entró en el segundo tiempo decidido a dar vuelta el partido: Reformas de Base, reforma agraria, control de remesas de ganancias, reforma bancaria, pases largos, audaces, ofensivos.
El problema es que tocar la herida de la élite brasileña siempre genera entrada por detrás. La prensa conservadora pintó a Jango como extremo izquierdo soviético, los militares gruñeron en la lateral del campo, y los viejos dueños del estadio empezaron a conspirar con esa calma de quien sabe que el árbitro, tarde o temprano, silbará a su favor.
La Dictadura Militar Levantó la Copa
En marzo de 1964, Jango comprendió que no ganaría más en el Congreso Nacional, donde la marcación era individual, violenta y sistemática. Intentó otra jugada: el mitin en la Central de Brasil. Un Maracaná lleno de esperanza. Su último grito de ataque.
Pero ahí los adversarios invadieron el campo. La Marcha de la Familia con Dios por la Libertad, esa hinchada organizada patrocinada por los sectores más conservadores, tomó las calles clamando “orden”. El gol de la remontada estaba abierto, solo faltaba el remate.
Llegó el 31 de marzo de 1964: tanques en las calles, generales al mando, Constitución rasgada. Golpe militar. Jango pudo haber llamado a sus hinchas, pero prefirió evitar una masacre. Dejó el campo y se exilió en Uruguay.
No huyó: retrocedió para impedir sangre en las gradas.
En un país que adora confundir prudencia con cobardía, eso le costó caro. En los años siguientes intentó reorganizar la democracia por la Frente Ampla, pero la dictadura militar marcó de cerca. La vida de exiliado fue minando al crack.
En 1976, la Señora Derradeira lo buscó en Argentina, en circunstancias que aún dividen la mesa redonda histórica: ¿Operación Cóndor? ¿problema cardíaco? Quizá ambos, o tal vez su corazón no soportó ser expulsado de un juego que jamás pudo disputar plenamente.
Y así quedó Jango: el número 10 que nunca dejaron jugar. El jugador brillante que entró al campo, gambeteó, amenazó con marcar y fue derribado antes del remate. Uno de esos personajes que, como tantos en Brasil, tuvo talento para la democracia, pero jugó en el estadio equivocado, frente a árbitros comprados y rivales que nunca quisieron un juego limpio.
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