La lenta muerte del Imperio Romano de Occidente
- Paulo Pereira de Araujo

- 3 de nov.
- 2 min de leitura

Roma no cayó, solo se olvidó de levantarse
Si el lector cree que el Imperio Romano de Occidente “cayó” en el año 476, como un edificio mal construido, lamento decirle que no fue así. No hubo ruido de ladrillos ni gritos de legiones romanas corriendo envueltas en llamas. Lo que hubo fue un largo y tedioso proceso de decadencia de Roma, de esos que hacen que el paciente olvide que ya está muerto y siga pagando impuestos.
La fecha de 476, con el simpático bárbaro Odoacro desplumando al último emperador, Rómulo Augústulo, sirve más para que los profesores de historia organicen su PowerPoint que para explicar gran cosa. La Antigua Roma llevaba décadas, por no decir siglos, desmoronándose como un pan duro.
El “colapso del Imperio Romano” fue más bien un acto administrativo: Odoacro llega, le quita la corona al joven emperador (porque realmente era un niño), la envía a Constantinopla y dice: “Ahora mando yo”. El resto de la población debió de pensar: “Da igual, mientras sigan el pan y el circo”, pero el pan estaba caro y el circo, decadente.
El Imperio Romano ya venía siendo gobernado por generales extranjeros, sostenido por mercenarios que eran tan romanos como yo soy jugador de baloncesto de la NBA.
La economía romana era tan robusta como una tabla de planchar, corroída por impuestos y corrupción. Las fronteras, antaño custodiadas por legiones romanas disciplinadas, estaban ahora en manos de bárbaros que a veces las defendían y otras veces las saqueaban. Las ciudades se encogían, la población huía al campo y la infraestructura, que había sido orgullo del mundo, se pudría sin mantenimiento. Era la muerte del Imperio Romano por mil cortes.
Pero lo más interesante, y aquí entra mi vieja manía con ciertos relatos, es que, para muchos habitantes de la época, nada extraordinario ocurrió. El campesino en la Galia siguió plantando trigo, el herrero del norte de Italia continuó forjando herraduras y el sacerdote siguió predicando sobre el Juicio Final (spoiler: no era el de Roma).
La idea de la “caída del Imperio Romano” es retroactiva, creada siglos después para organizar el caos en un capítulo de libro. El Imperio Romano de Occidente no cayó como un coloso que se derrumba; se fue disolviendo hasta que, un día, ya no quedaba nada que pudiera llamarse la Antigua Roma.
Quedó la herencia romana: el latín, deformado; las carreteras, que aún funcionaban más o menos; y la manía europea de creer que la civilización es sinónimo de una capital llena de burócratas.
En el fondo, Roma no murió. Solo subcontrató su decadencia, y nosotros, dos mil años después, seguimos renovando el contrato.

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