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La Filosofía es Cuando Luchas Contigo Mismo y Pierdes

  • Foto do escritor: Paulo Pereira de Araujo
    Paulo Pereira de Araujo
  • há 2 dias
  • 2 min de leitura
Aristóteles y otros filósofos en un café de París.
Aristóteles está sentado a una mesa en un café parisino, con auriculares puestos y mirando su teléfono móvil. En otra mesa, Sartre conversa con otros cuatro filósofos. A través de la ventana se divisa la Torre Eiffel, y Horacio, con bótox en la mano, observa el interior del café.

La Primera Bofetada Filosófica


La primera vez que leí a Nietzsche, pasé dos días sin saber si siquiera existía o si solo fingía con gran habilidad. Fue como recibir una bofetada metafísica. Tenía esa típica arrogancia adolescente: quería estudiar filosofía para ganar discusiones, dejar a la gente sin palabras, humillarla en el bar con citas griegas como si lanzara dardos envenenados. Pues sí. Poco sabía que, al final, sería yo quien se quedaría sin respuestas.


Pensaba que, al adentrarme en los presocráticos, saldría de cualquier conversación con un argumento indestructible, una especie de Excalibur intelectual. ¡Qué error! En lugar de certezas, encontré más dudas que pelos en la cabeza. E incluso desarrollé la insoportable costumbre de desconfiar de todo: del precio del pan, de la moralidad de las palomas y de la existencia misma de Dios.


Recuerdo vívidamente mi primera crisis existencial. Tenía 17 años y acababa de leer un párrafo de Schopenhauer. ¡Un solo párrafo! Cerré el libro y pensé: «Quizás estoy empeñado en seguir engañándome». Me acerqué al espejo, me miré fijamente con una intensidad ridícula, odié lo que vi y, como todo filósofo aficionado derrotado por la vida, fui a por un café. Al menos, el café era de verdad. O eso esperaba.


Entre Existencialistas y Desilusión


La filosofía es un arte suicida de las ideas. Empiezas queriendo saber qué es la verdad y terminas dudando de si el suelo es realmente suelo o solo una metáfora particularmente bien escrita. Los presocráticos intentaron reducir el mundo a agua, fuego, aire o caos; los modernos proclamaron Pienso, luego existo, como si esa frase lo resolviera todo, como si pensar fuera ya prueba de cierta cordura.


Luego llegaron los existencialistas, llenos de trágica elegancia, para recordarnos: Existes. Y la responsabilidad es tuya. Buena suerte con eso.

Al final, la filosofía no sirve para ganar debates, sino para perder ilusiones. No ofrece respuestas, ofrece mejores preguntas. Cuando, muy rara vez, responde, lo hace con tal sutileza que ni siquiera te das cuenta de que te acaban de insultar.


Hoy veo gente diciendo que la filosofía es inútil. Estoy de acuerdo. Es inútil como el amor, como el arte, como el silencio. Esas cosas que te cambian la vida entera sin pedir permiso. Si aún no te has enfrentado a tus propias dudas, ten cuidado. No te arriesgues a aceptarlo todo con demasiada facilidad. Y cuando discutas, recuerda:


Perderás. Pero saldrás fortalecido de la experiencia.


 
 
 

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