¡Es literatura en las venas, viejo!
- Paulo Pereira de Araujo

- 26 de out.
- 2 min de leitura

El amor se acabó, pero quedó la literatura
No hay dolor amoroso que un buen libro no convierta en una frase subrayada. La primera vez que me enamoré fue por error. Creí que era amor, pero era solo carencia con lectura de Fernando Pessoa de fondo. Suele pasar. Cuando ella se fue (ella siempre se va), hice lo que todo joven sensible y mal resuelto hace: me encerré con un libro y una copa de vino. El libro era Las desventuras del joven Werther. El vino, barato. Lloré en silencio. No por el final, sino porque Goethe tenía razón.
La literatura siempre llega después del caos. Cuando el amor ya se ha vuelto recuerdo o resentimiento, ella aparece, como esa amiga que no juzga, solo te ofrece un pañuelo y cita a Simone de Beauvoir.
¿Cuántos amores se han escrito con rabia? ¿Cuántos romances nacieron de la ausencia? Marcel Proust revivió un siglo entero intentando encontrar el sabor de un amor perdido en una Madeleine.
Clarice Lispector escribió amando lo que no comprendía. Y Carlos Drummond decía que el amor es primo de la Señora Derradeira. Y que ambos son niños traviesos.
A veces pienso que uno solo ama para poder escribir después. Que en el fondo del afecto hay una urgencia estética. Un deseo secreto de transformar el abandono en estilo, el silencio en frase hermosa, el dolor en memoria narrable. Como si lo que no se convierte en texto siguiera atormentándonos.
La literatura no consuela. Comparte. Dice: “¿Sufres? Yo también. Pero mira qué bonito queda en el papel.”Tal vez por eso, cuando el amor muere, escribimos. Porque, al final, quien sobrevive a la pasión, aún necesita sobrevivir a la memoria.

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